Escapé: no vine a cumplir el sueño europeo

Por Angélica Bello, periodista venezolana y participante en el programa de acogida para solicitantes de protección internacional de Andalucía Acoge.

Una cazadora azul eléctrico, de ese tono que te llena de energía. No sé su nombre y quizás tampoco recuerde su rostro, pero en mí quedó su abrazo. Ella solamente aseveró entre lágrimas: «Los venezolanos ayudaron a mi padre cuando emigró a tu tierra. Esto te ayudará durante el invierno». Sacó de su bolsillo un billete, pagó y se marchó. Apenas tuve tiempo de reaccionar, no estaba acostumbrada a recibir ayuda. Sin embargo, esta vez era yo la refugiada.

¡Qué duro es contar la historia más difícil de mi vida! Ojalá hubiese tenido en la universidad una práctica. Llegué a España tratando de escapar del miedo: ser periodista en Venezuela significa vivir en la cuerda floja. Trece días, cinco vuelos y muchos ahorros de mi familia nos tomó llegar a Santiago de Compostela. Unos meses antes jamás hubiese pensando en semejante situación. Tenía la vida que había soñado: un trabajo que me permitía hacer lo que me gustaba, ingresos suficientes para adquirir lo necesario y una Ña Ña frente al mar. Mi único error fue haber nacido en tiempos difíciles para la patria.

Internet no le hace justicia a Santiago, cuando vi por primera vez las praderas coruñesas quedé enamorada. Su clima frío, sus flores, sus casas de piedra y hasta su lluvia permanente te abren la solapa de un hermoso cuento. Lástima que al principio se convirtió en «la pesadilla del inmigrante», cuando nuestro contacto y apoyo -españoles residentes en Venezuela desde la época de Franco- ni siquiera nos abrieron la puerta.

«Mamá, vuelvo a despertarme en medio de una oscuridad ensordecedora, no recuerdo dónde estoy, corro tratando de salvarme…»; le repetía a diario. Un psicólogo hubiese atinado: ese fue el borrón y cuenta nueva de mi vida. Pero si algo me identifica es la perseverancia. «¡No puedo darme por vencida!»; con esa frase caminé, llamé y pregunté. En mis recorridos encontré apoyo: después de pasar por un hotel y un piso turístico, nos alquilaron un huequito sin nómina. Ni compararlo con mis 200 metros cuadrados de la Ña Ña, ¡pero qué tranquilidad sentí de tener un lugar seguro! Todavía recuerdo esa voz dulce que me dijo: «Pasa por aquí, a ver cómo solucionamos».

¡Trabajo sin papeles! La ilusión se apoderó de mí cuando quedé en aquella primera entrevista como comercial. Esa era la oportunidad que estuve esperando, por eso asumí el adiestramiento como una fiera. No obstante, los contratos necesitaban de esos códigos que por mi situación migratoria tardarían muchísimo en llegar. Quizás por eso hoy me cueste escribir: todo es práctica en la vida. ¡Pongan ahora una pared sucia para que vean como la pinto en minutos!, de eso vivimos por al menos cuatro meses.

A pesar de que todos los compatriotas prometimos no llorar en los supermercados -porque nadie nos entiende y damos pena ajena-, verlos llenos me cambió la vida. La harina, el pan, la leche con azúcar, el champú cero lágrimas y unos pañales desechables me hicieron realmente feliz. Pero se acabó la primavera: ¡El problema en el que nos metimos por no firmar el contrato del nuevo piso en el que cabría mi papá! No me importó que él llegara flaco, con apariencia de enfermo y que sus ojos transmitieran desesperanza cuando aterrizó. Los cambios no modificaron mi alegría de verlo meses después. ¡Él también había logrado salvarse!

En cualquier caso, juntos, quedamos de nuevo en la calle. La hija del propietario tenía otros planes para su piso -ese de plantas con flores y el sillón azul- en el cual no cabíamos. Fue allí cuando la Xunta -es que a pesar de llevar meses en Andalucía sigo pensando en Galego- intercedió ante un programa social de atención al refugiado y nos enviaron a Córdoba. En el Horno del Cristo, calle en la que nos tocó vivir el verano por primera vez, dejé de usar la cazadora azul. La temperatura fue el menor de mis problemas. Aquí batallamos con nuestros miedos y los de los hermanos españoles. Me costó admitir que no soy analfabeta, a pesar de que mis estudios y titulaciones no son reconocidos en España.

Como extranjera lucho a diario por una simple oportunidad para acceder a trabajos cualificados. Mi currículo ni siquiera es tomado en cuenta. A veces siento, que pocos se dan cuenta de que no vine a cumplir el sueño europeo, llegué para escapar de la pesadilla en la que se convirtió mi país. Aunque cueste asumirlo, los rumores hacen más difícil nuestra -ya complicada- vida. Ya es hora de parar. #stoprumores

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5 thoughts on “Escapé: no vine a cumplir el sueño europeo”

  1. Dicen que todo comienzo es dificil, lo necesario es tener la valentia de empezar y sobre ponerse a los retos! desaprender y aprender debe ser la cosigna. Queda vida y muchas esperanzas que todas las piezas se iran acomodando. Nunca será igual, me imagino por las experiencias de amigas de mis hijas que se fueron para España, casadas con hijos y hoy están divorciadas emprendiendo un camino duramente solas, pero dicen que lo prefieren. Un día a la vez…

  2. Amiga que te puedo decir yo se que pasastes por tantas cosas que solo permitieron que fueses cada vez mas fuerte y acuerdate que siempre dijimos que la tranquilidad de nuestro chamos no tiene precio ni sacrificio alguno

  3. triste y a la vez hermosa realidad amiga Angelica… Hermosa porque el simple hecho que lo puedas contar ya cambia la historia.. y el de estar con tu familia no tiene precio… volveras Amigaaa… Se que Volveras… se te aprecia..

  4. Amiga no puedo evitar sentir nostalgia al leer tu historia, es bastante difícil estar en su situación, aunque no sé dónde es peor,.. pero,sabes Dios es muy grande y misericordioso, confío que todo esto pasará y mientras eso sucede fuerza y resistencia..

  5. Ánimo Angélica, que cada día que pasa Venezuela se desdibuja a extremos insospechables. La vida como extranjero es compleja, pero lo es mucho más cuando eres extranjero en tu propio terruño, ya Venezuela es otra cosa, un país tan distinto al que soñamos, una patria desconocida convertida en otra cosa, con «lógicas» distintas a las acostumbradas y sin rumbo cierto, o mejor dicho, con la certeza de la barbarie como destino… Ánimo

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